lunes, 26 de septiembre de 2005

Transhumanidad y posthumanidad en la CF (III)


La parejita

Si alguien tuviera para conmigo sentimientos de benevolencia, yo se los devolvería centuplicados; conque existiera este único ser, sería capaz de hacer una tregua con toda la humanidad.

La Criatura de Frankenstein en Frankenstein o El moderno Prometeo (1818), de Mary W. Shelley


Tras sufrir una serie de desengaños, la Criatura ha llegado a una conclusión sobre su relación con la humanidad: es imposible. Su única esperanza de felicidad es, pues, tener consigo a alguien de su propia especie, una compañera. La única manera de que esto pueda ocurrir es convencer a Frankenstein de que la fabrique.

Mi compañera deberá ser igual que yo y tener mis mismos defectos. Tú deberás crear este ser.

El temor de Frankenstein es que la nueva criatura se comporte como la primera y que ambos unan sus fuerzas para arrasar el mundo. Además está muy resentido contra la criatura por sus crímenes; siente, él mismo, deseos de venganza. Y desconfía de sus intenciones. Pero una mezcla de amenazas, promesas y argumentos termina convenciéndole de acceder. El segundo volumen de la novela se cierra con un trato entre Frankenstein y su Criatura.


Marcha atrás

Al cabo de un par de capítulos, avanzada ya la obra, al señor Frankenstein le da por pensar en lo que está haciendo (cosa rara en él, por cierto) y llegan las dudas.

Aunque Mary Shelley no lo menciona, el paralelo con el génesis bíblico (machista como él solo, por cierto) es muy claro. Shelley vuelve a colocar a Frankenstein en el lugar de Dios.

En La Biblia, éste crea al primer humano y ve que es bueno. Luego piensa que no es bueno que el hombre esté solo. «¿Y si le diera una compañera?», se dice. Dicho y hecho; Dios crea a la mujer... Y todo se va a la mierda.

«¿Y si le diera una compañera?», se plantea Frankenstein. Solo, sentado en su laboratorio tras una agotadora jornada de trabajo, esperando a que la luna acabe de salir para reanudarlo, Victor recapacita.

Frankenstein ha aprendido por las malas que imitar a Dios, seguir su línea de acción y pensamiento, puede ser muy perjudicial. Él (con mayúscula) podía darse el lujo de satisfacer sus curiosidades sin temer las consecuencias, que para eso era todopoderoso y omnipotente. Pero a Frankenstein ya le han ocurrido unas cuantas desgracias por imitarlo. ¿Es inteligente hacerlo por segunda vez?

¿Y si la nueva criatura sale peor que la anterior?

Peor aún... La Criatura no quiere una compañera para «estar acompañado y tener quien le ayude»; quiere alguien con quien poder follar. ¿Y si tienen hijos?

El primer hijo de Adán y Eva fue también el primer asesino. ¿Cómo será el hijo nacido de esta nueva unión?

Se propagaría entonces por la Tierra una raza de demonios que podrían sumir a la especie humana en el terror y hacer de su misma existencia algo precario. ¿Tenía yo derecho, en aras de mi propio interés, a dotar con esta maldición a las generaciones futuras? Me habían conmovido los sofismas del ser que había creado; sus malévolas amenazas me habían nublado los sentidos. Pero ahora por primera vez veía claramente lo devastadora que podía llegar a ser mi promesa; temblaba al pensar que generaciones futuras me podrían maldecir como el causante de esa plaga, como el ser cuyo egoísmo no había tenido reparos en comprar su propia paz al precio quizá de la existencia de todo el género humano.

¡Qué miedo! :-D

Un temor semejante embarga a los detractores del transhumanismo. Es una de las raíces de la oposición que ellos y otros grupos, más o menos conservadores, han ejercido tradicionalmente contra la posibilidad, ya real, de clonar a seres humanos, contra la eugenesia y contra la ingeniería genética orientada a la modificación del fenoma humano (u otras técnicas aplicables al mismo fin). Temen perder la libertad que creen disfrutar (como si no fuera una ilusión), dominados por los posthumanos. Temen la aparición de diferencias que amenacen la igualdad (otra ilusión) que es uno de los pilares del sistema político occidental. Pero, por encima de todo, temen el exterminio.


Conclusión

Frankenstein niega la vida a la criatura femenina cuya creación le exigió su primer engendro; es más: la destruye ante sus ojos, en un violento arrebato, mezcla de valiente decisión moral y chulesco corte de mangas.

Frankenstein es un héroe en el sentido clásico de la palabra, un ser excepcional capaz de grandes hazañas; para los anti-transhumanistas es un héroe también en el sentido moderno. Su decisión de dar marcha atrás en la creación de una compañera para su criatura, cuya venganza ha de acarrearle terribles desgracias, abortan la aparición de una especie posthumana que podría destruir a la humanidad.

La furia de la criatura, privada de pareja y, por ende, de cualquier futuro como individuo y como especie, se abatirá sobre los seres queridos de Frankenstein. Pero el sacrificio ha merecido la pena. Victor Frankenstein ha salvado al hombre.

Mary W. Shelley llamó a su obra Frankenstein o el nuevo Prometeo en recuerdo del titán creador de los humanos en la mitología griega. Frankenstein es el nuevo Prometeo no sólo por haber creado a un ser semejante a él sino también por su afán de saber y el sufrimiento que padece luego (como el titán) a manos de un ser superior a él, tras tomar una decisión arriesgada para proteger a la humanidad de las consecuencias de sus propios actos, cometidos por mor de un conocimiento reservado a los dioses.


Homo excelsior
Transhumanidad y posthumanidad en la CF (I)
Transhumanidad y posthumanidad en la CF (II)

Transhumanidad y posthumanidad en la CF (IV)
Sobre «Transhumanidad y posthumanidad en la CF»
Transhumanidad y posthumanidad en la CF (V)
Humanidad y posthumanidad (una aclaración)

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