martes, 13 de septiembre de 2005

Tiempo de cambios: crisis sociopolíticas y literatura de género (I)


Discutiendo en Usenet el artículo de Fernández-Armesto sobre la fantasía (según él, «el opio del ignorante y el indolente») que comenté en mi entrada anterior, hablé de gente que lo pasa realmente mal. Pobreza, marginación, sufrimiento moral... En condiciones penosas, la necesidad de evadirse de la triste realidad puede ser acuciante. Y ahí está la fantasía para paliar su sufrimiento existencial.

La fantasía es para muchos la única defensa; a veces, lo único que les separa del suicidio. ¿Opio? Más analgésica que estupefaciente, la fantasía les hace soportable la odiosa realidad; sin fantasía chillarían sin cesar, pidiendo la eutanasia.

Pero no caiga yo en el error de llevar la analogía tan lejos como el señor Fernández-Armesto. La fantasía no es opio ni morfina. Los libros de fantasía no son chutes de caballo ni rayas de speed ni un litro de brandy barato con agua cada tres horas. ¡Menos mal que hay fantasía, y menos mal que tiene éxito! Ojalá tuviera más éxito aún y desbancara a las drogas verdaderamente nocivas que otros utilizan, en lugar de «El Señor de los Anillos», para evadirse un rato de la existencia miserable, del establo a la sala de ordeño, en que se han convertido sus vidas.

¡Qué suerte tengo de saber leer y de que haya quien escriba y quien me sirva en dosis constantes un poco de su fantasía! ¡Cada noche, cada día! ¡Viva la ficción! ¡Arriba la fantasía! Si fuera un ignorante, no la buscaría con tanta ansia. Ya sé demasiado.

A esto, amigos, me refería con el término demagogia. :-D Obviamente, estaba exagerando; mi intención era enardecer los ánimos de mis lectores y creo que lo conseguí (expresiones como «olé tus huevos» o «toma realismo», viniendo de duros profesores de física, me han hecho sospecharlo). :-))

Exageraba, sí, pero algo de verdad hay en lo que dije. Preguntad a Antonio Rodríguez Babiloni cómo hubieran sido sus frecuentes estancias en el hospital sin sus amados libros de Jack Vance.


El nivel de la fantasía en la pirámide de Maslow

David Mendaña (quien espero que esté ocupado escribiendo literatura si no quiere que me enfade con él, pues cada vez lo veo menos en Usenet), inmune a mis trucos, me hizo notar que, si nos fijamos en la pirámide de Maslow e intentamos averiguar a qué altura se encuentra la necesidad de evadirse, de viajar mentalmente a un mundo de fantasía, probablemente hallaremos que se encuentra muy cerca de la cúspide (para los que no conozcan el modelo, las necesidades básicas están, como su nombre indica, en la base).

Ello ponía en la picota algunos de los ejemplos que yo había puesto durante mi arenga; estábamos hablando de lectores y esas personas, en condiciones tan extremas, deben de leer muy poco... A lo sumo, revistas del corazón o diarios deportivos. La mayoría, sospechamos (y las estadísticas parecen confirmarlo), ni siquiera eso.

Tengo que darle la razón. Sin embargo, la necesidad de evadirse está ahí; para satisfacerla, simplemente, esas gentes atribuladas recurrirán a medios que puedan permitirse.

Hace un siglo la literatura era consumida masivamente. Había para todos los gustos y todos los bolsillos; ahí estaban las dime novels (predecesoras de las publicaciones pulp), que hasta los niños podían permitirse comprar. La revolución educativa de finales del XIX había creado una gran cantidad de lectores potenciales que se volcó en las dime novels, muchas de las cuales publicaban material de género fantástico (para entonces, hacía más de quince años que habían aparecido los primeros trabajos de H. G. Wells, un escritor de tendencias izquierdistas cuyas historias sintonizaban perfectamente con las preocupaciones de la clase obrera, gracias a lo cual el género fantástico se hizo popular; Wells se hizo rico y triunfó... donde Poe, a pesar de su enorme talento, había fracasado décadas antes). Además, lo que es muy importante, todavía no había llegado la competencia de la radio y la televisión.

Hoy la situación es totalmente distinta. Hay muchísimos menos lectores.

Pero haylos.

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