lunes, 29 de agosto de 2005

Poema: «El palacio encantado», de Poe


EL PALACIO ENCANTADO
por Edgar Allan Poe
(1839)


En el más verde de nuestros valles,
por buenos ángeles habitado
un bello e imponente palacio
(un palacio resplandeciente) irguió una vez su cabeza.
En los dominios del rey Pensamiento,
¡allí se alzaba!
¡Ningún serafín extendió jamás un ala
sobre edificio la mitad de hermoso!

Banderas amarillas, gloriosas, doradas,
en su tejado flotaban y ondeaban
(esto —todo esto— existió antaño,
largo tiempo atrás),
y cada apacible soplo que jugueteó,
en aquel dulce día,
a lo largo de las pálidas, empenachadas murallas,
se fue convertido en alado aroma.

Vagabundos en aquel feliz valle,
a través de dos ventanas luminosas, vieron
espíritus moviéndose musicalmente,
bajo la afinada autoridad de un laúd,
alrededor de un trono donde, sentado
(¡Porfirógeneta!)
bien digna de su majestad su gloria,
se veía al soberano del reino.

Y toda con destellos de perla y rubí
era la puerta del hermoso palacio,
a través de la cual vino fluyendo, fluyendo, fluyendo,
y chispeando eternamente,
una tropa de Ecos, cuyo dulce deber
era sólo cantar,
con voces de sobresaliente belleza,
el buen sentido y la sabiduría de su rey.

Pero cosas malvadas, con ropas de aflicción,
asediaban la ilustre propiedad del monarca.
(¡Ay, aflijámonos!... pues nunca la mañana
amanecerá sobre él, el desolado!)
Y alrededor de su hogar la gloria
que fulgía y se mostraba en todo su esplendor,
es solamente una leyenda vagamente recordada,
sepultada en la antigüedad.

Y los viajeros, ahora, en ese valle,
por las ventanas de rojo resplandor ven
atroces formas, que se mueven grotescamente
con una discorde melodía,
mientras, como un espantoso rápido,
a través de la apagada puerta
un horrendo tropel se abalanza afuera por siempre
y ríe... mas ya no sonríe.


[Traducción de Jean Mallart.]

viernes, 26 de agosto de 2005

Transhumanidad y posthumanidad en la CF (I)


Nota preliminar

No voy a entrar aquí en las cuestiones de ética y moral que atañen a la transhumanidad. Para eso ya se apañan gente como Francis Fukuyama, que ve el transhumanismo como un peligro (otro más; los ve por doquier) o como Ronald Bailey, bastante menos catastrofista. Sin contar los muchos escritores de ciencia ficción que han tratado este asunto de alguna manera.

Yo, aquí, no tomo partido; me limito a exponer algunos ejemplos de cómo se ha tratado el tema en la literatura de ciencia ficción. ¡Que conste! :-))


Introducción

En la lucha por superar los límites que la naturaleza impone a la especie humana, hombres y mujeres han hecho uso de su cerebro, de su inteligencia, en busca de medios para lograrlo. Esta búsqueda es tan vieja como el hombre.

La tecnología, fruto incesante de esta investigación sin fin, ha permitido al hombre modificar el entorno natural para adaptarlo a sus necesidades. Esta inversión del orden “tradicional” en la naturaleza, propiciada por la habilidad humana para desarrollar técnicas y herramientas capaces de alterarla, puede tener consecuencias catastróficas para nuestra especie (por no hablar del resto de seres vivos del planeta). Pero también podría ser la clave para su evolución a un nuevo estadio. Quizá, como dicta la costumbre, al margen de la naturaleza (o quizá, en el fondo, de acuerdo con ella; al fin y al cabo, la inteligencia que ha permitido al hombre dotarse de medios para doblegarla es un producto de la evolución natural)... Especies o subespecies autoevolucionadas, tecnología mediante, a partir de un tronco humano común. O quizá a la manera “tradicional”, si las nuevas circunstancias obligan a la humanidad a volver al redil, en condiciones tales que la fuercen a adaptarse a las mismas a través de la selección natural.

En ambos casos, la posthumanidad aguarda, al final, su propia llegada.

Como vimos en la entrada anterior, el paso de la humanidad a la posthumanidad se denomina “transhumanidad”. Fue en 1966 cuando el futurista Fereidoun M. Esfandiary redefinió el término acuñado por Sir Julian Huxley en 1957, dándole el significado que tiene hoy (dejaré la historia de este peculiar personaje para otra entrada del blog; os aseguro que es la repanocha).

El tratamiento de este asunto en la literatura de ciencia ficción es prácticamente tan antiguo como el propio género; al menos tan antigua como la obra que, en mi humilde opinión (y la de muchos otros, como Brian W. Aldiss) marca cual hito inicial la historia del género... Me refiero, claro está, a Frankenstein o El moderno prometeo, de Mary Wollstonecraft Shelley.


Homo excelsior

Transhumanidad y posthumanidad en la CF (II)
Transhumanidad y posthumanidad en la CF (III)
Transhumanidad y posthumanidad en la CF (IV)
Sobre «Transhumanidad y posthumanidad en la CF»
Transhumanidad y posthumanidad en la CF (V)
Humanidad y posthumanidad (una aclaración)

domingo, 21 de agosto de 2005

Homo excelsior

En 1957, Julian Huxley estaba a punto de ser nombrado Sir por su Majestad Británica la reina Isabel II de Inglaterra. A punto de coronar la cima.

Julian nació en una gran familia, famosa por sus logros en el mundo de la cultura. En él y en sus hermanos se unieron las mejores cualidades de los Huxley y los Arnold, dos de las familias más influyentes del Reino Unido. Ciencia y humanidades, unidas en matrimonio, pueden dar frutos sorprendentes.

Bisnieto del profesor Thomas Arnold (director de la Rugby School y una de las figuras más importantes de la cultura británica del s. XIX); nieto del biólogo T. H. Huxley (famoso evolucionista, colaborador del gran Charles Darwin) y del académico Tom Arnold; hijo del editor y escritor Leonard Huxley; sobrino de la novelista victoriana Mary Augusta Ward; hermano de Aldous Huxley (autor de Un mundo feliz) y medio hermano del Nobel Andrew Huxley, premiado por sus trabajos en neurociencia, él mismo era una figura importante: biólogo, dedicó su vida a la divulgación científica y fue el primer director general de la UNESCO y padre del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), la organización conservacionista más respetada del mundo. Su intervención personal, por cierto, fue decisiva para que el coto de Doñana recibiera protección, convertido en Parque Nacional.

En 1957, Julian Huxley, uno de los seres humanos más excelentes del siglo XX, acuñó el término transhumanidad: «...el hombre siguiendo siendo hombre, pero transcendiéndose a sí mismo, al darse cuenta de las nuevas posibilidades de y para su naturaleza humana» (extracto de su ensayo Transhumanity).

La definición de Julian Huxley no tuvo fortuna. Cuando la palabra se popularizó a mediados de la década 1981-1990, tenía otro significado. Servía para denominar algo que ya había explorado, en cierto modo, su hermano Aldous en Un mundo feliz: La transhumanidad es el paso de la humanidad a la posthumanidad.

Sabemos que el medio ambiente favorece a los individuos de una especie mejor adaptados al mismo. La “popularidad” genética de un fenotipo se mide por su utilidad para la supervivencia. Pero, ¿qué pasa cuando una especie adquiere la habilidad de modificarse a sí misma?

Si los seres humanos adquirimos esa habilidad (y pocos dudan ya de que los científicos puedan conseguirlo) y la utilizamos, ¿hasta dónde llegaremos? Quizá al punto en que, a fuerza de modificarse a sí mismo, el hombre deje de pertenecer a la especie Homo sapiens sapiens.

La ciencia ficción ha especulado mucho sobre estas posibilidades. En próximas entregas intentaré dar cuenta de algunos ejemplos relevantes.


Transhumanidad y posthumanidad en la CF (I)
Transhumanidad y posthumanidad en la CF (II)
Transhumanidad y posthumanidad en la CF (III)
Transhumanidad y posthumanidad en la CF (IV)
Sobre «Transhumanidad y posthumanidad en la CF»
Transhumanidad y posthumanidad en la CF (V)
Humanidad y posthumanidad (una aclaración)

miércoles, 17 de agosto de 2005

«Slan», de Alfred Elton Van Vogt


No soy muy dado a comentar libros. Me gustaría hacerlo más a menudo, pero me puede la holgazanería.

Es todo un arte, el del coemntario literario, casi tan poco reconocido como el de escribir textos de contracubierta (esa parte del libro que mucha gente llama, erróneamente, contraportada). Aprovecho, por cierto, para enseñaros dos ejemplos de mi cosecha:

El proceso, de Franz Kafka (☆☆☆☆)

El universo literario de Kafka es una pesadilla de frustración eterna e insoslayable. Como todos, Joseph K desea algo, pero nunca obtiene nada. Está condenado al fracaso. Consciente de ello, pide el indulto y le es negado. Toda aspiración es inútil. Alrededor de este hecho central, único seguro e inmutable, gira vertiginosamente, en una brumosa espiral, en un maelstrom de irrealidad tangible, hipérbole metafórica de la estupidez humana y de lo absurdo de la realidad vivida, como en una rueca enloquecida, personajes y situaciones rocambolescas, hilos entramados en un tapiz que nos muestra la futilidad de una lucha predestinada al fracaso.


Los amantes, de Philip J. Farmer (☆☆☆½)

Los amantes es una curiosa historia de amor, un canto al poder de las feromonas, en cierto modo, pero no solamente eso; la moderna mente romántica trascenderá sin dificultad el añejo aroma escandaloso de esta novela para extraer de su narración el placer de comprobar que, como siempre, el amor sale victorioso. Pero el amor no deja de ser un instrumento de la Naturaleza para extender la vida, verdadera vencedora, como Farmer demuestra en un hábil giro final que va preparando con maestría a lo largo de la narración, haciéndoselo ver al lector con diáfana claridad. En mi opinión, una hazaña minusvalorada.

Lo malo es cuando estos textos te los pide un amigo para presentar un libro. ¿Qué pasa si no te ha entusiasmado precisamente? Pues finges que te ha encantado. :-)) Tiene más arte que limitarse a explicar tu opinión, te obliga a ser creativo. :-)))


ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE "SLAN", DE A. E. VAN VOGT,
por Jean Mallart.

☆☆½

Nunca había leído nada de Alfred Elton Van Vogt, aunque sabía de él y de sus obras por referencias. Durante años, mi único libro de este autor, una edición francesa de El imperio del átomo, ha esperado en el penúltimo puesto de The Pila (junto con Los siete anillos de Rhea de Richard Bessière, que ocupa el último lugar). Pero, gracias a la iniciativa de diaspar, a quien Santo Tomás Moro guarde, he tenido la oportunidad de leer su estupenda Slan.

Parece increíble que esta obra fuera escrita en 1940; no da esa impresión. Aunque comparte con la literatura de la época (la “época dorada” de la ciencia ficción) muchas características, como es natural, es una historia muy moderna; tanto en su temática como en el estilo de la narración. Han pasado sesenta y cinco años, pero ha envejecido estupendamente. Es una novela llena de oficio, fácil de leer y muy entretenida... La acción se desarrolla de manera trepidante, manteniendo el suspense en todo momento, a través de una compleja trama de secretos y misterios que incitan al lector a seguir leyendo para descubrirlos. Y, además, tiene “mensaje”. ¿Qué más se puede pedir?

Bueno; se podría pedir que no compartiera con la literatura de la época tantas características... digamos “negativas”. Algunas de las explicaciones teóricas y técnico-científicas de Van Vogt son, por decirlo suavemente, un poco ridículas; sus referencias a la entonces incipiente teoría atómica, por ejemplo, son sumamente ingenuas (por no hablar de la propia telepatía). La narración, un tanto atropellada, pasa con vehemencia de una escena a otra, dejándose bastantes cabos sueltos, y tiene un aire de novela juvenil que, aunque personalmente no me molesta, puede irritar al lector más exigente.

Pero estos “defectos”, tan típicos de la Edad de Oro del género, dotan a la novela de un encanto especial, de una pintoresca cualidad. Personalmente, me encanta el sabor añejo de Slan.

Con un estilo directo y sin florituras ni excesivas intelectualidades, explicando con cruda franqueza y claridad las acciones, motivaciones y sentimientos de los personajes, Van Vogt nos cuenta la historia de Jommy Cross, un niño huérfano de nueve años... pero no un niño cualquiera. Es un niño peligroso, miembro de una raza mutante de telépatas mentalmente superdotados creada por el genial genetista Samuel Lann... Los slans.

¿Cómo no identificarse con Jommy, solo en el mundo, odiado, oprimido y perseguido por “gente inferior”, de baja estofa, envidiosa y temerosa del poder de los slans? Pero ese pobre niño es una bomba de relojería andante... ¡Y cómo deseamos que estalle! Porque sabemos que, por su superior intelecto y sabiduría, merece un puesto eminente... Curiosa manera la de Van Vogt de jugar con los deseos y aspiraciones del propio lector. Sin duda esto tuvo que ver con el gran éxito de esta novela.

El tema de Slan es ya clásico. Son muchos los autores que han tratado la aparición de una raza de mutantes con poderes mentales y su relación con la humanidad “normal”: Henry Kuttner con Mutante, Alfred Bester con El hombre demolido, Philip K. Dick con Nuestros amigos de Frolik 8 o Ubik, o Robert Silverberg con Muero por dentro y, especialmente, su serie Tiempo de mutantes, escrita en colaboración con su esposa, Karen Haber. Incluso en el comic-book de superhéroes tenemos como paradigma del mutante al doctor Charles Xavier, un telépata empeñado en lograr la integración de los mutantes con la humanidad, y que lucha con otros mutantes que pretenden dominarla. (También en Slan hay un conflicto entre los propios mutantes, separados por la facultad telepática de los slans “verdaderos”.)

Es notable también el toque negro que acompaña a la narración, algo normal si tenemos en cuenta el enorme éxito que tenía en aquella época el género policiaco. Slan es, además, una novela política, como Dune (asimismo teñida por lo paranormal), aunque debemos reconocer que en la novela de Frank Herbert los acontecimientos de esta índole están hilvanados con más sutileza y habilidad, o como Nuestros amigos de Frolik 8, de Dick, en las que se exploran con mayor o menor profundidad las consecuencias políticas de la existencia de personas con poderes paranormales (la ya mencionada serie Tiempo de mutantes del matrimonio Silverberg es un buen ejemplo de ello).

Slan tiene a veces la belleza de lo indelicado, de lo exagerado y radical, cierta bestialidad, cierta cualidad áspera que la hace atractiva, a pesar de sus defectos formales..., y así es como pienso que debe disfrutarse, sin “comerse la cabeza”... Al fin y al cabo, nosotros no somos slans.

lunes, 15 de agosto de 2005

The Fantastic in Art and Fiction

A veces, en Internet, ocurren cosas asombrosas. Te pones a buscar información sobre un nuevo aparato de estimulación sexual femenina (uno no sabe ya qué regalar en las bodas) y te encuentras, en un oscuro weblog, justo debajo de la referencia a tan trascendental avance tecnológico, con otra pura maravilla.

El Instituto de Colecciones Digitales de la Universidad de Cornell (CIDC) tiene en marcha algunos de los proyectos más interesantes de digitalización de imágenes de toda la Red. Las páginas web que albergan esas colecciones, por lo general, están muy bien hechas también.

Uno de estos proyectos de digitalización es El Fantástico en el Arte y la Ficción (The Fantastic in Art and Fiction).

[Por cierto, como podéis ver, también los anglosajones dicen “el fantástico”, sin más.]

Para sacar el máximo partido al material con que cuenta la Universidad de Cornell, los responsables del proyecto decidieron no adherirse excesivamente a una definición estricta del fantástico o de su antecesor teórico-estético, “lo maravilloso”, tal como los entiende algún sector de la crítica literaria (estoy pensando en el estructuralista Tzvetan Todorov) y la teoría estética. Puestos a dar pistas de por dónde van los tiros, tengamos en cuenta qué cosas implica el fantástico (siguiendo a Todorov y estudiosos afines, insisto) en la literatura occidental de los siglos XIX y XX: pavor, miedo y ansiedad ante fenómenos que escapan a una explicación racional, fenómenos que revelan la falsedad de nuestra noción de “realidad”, que apartan el velo de elaboradas racionalizaciones que cubren nuestra visión del cosmos. Una experiencia fantástica, según este punto de vista, puede compararse con la fractura del armazón de conceptos con que estructuramos nuestras pobres percepciones para formarnos una imagen del mundo.

Este tratamiento de lo fantástico se limita, en la literatura, a los últimos 200 años, pero en el Arte se puede interpretar de manera más amplia. Esta elasticidad permitió a los responsables del proyecto elegir imágenes de un amplio espectro de obras, desde manuscritos medievales e impresos incunables hasta comienzos del siglo XX.

Que las disfrutéis como yo.

domingo, 14 de agosto de 2005

Genre Fantastique > Fantasy

LA FALACIA DEL SINÓNIMO O «SAMUEL FULLER ES FANTÁSTICO».
«Las vacaciones estivales han alterado los ánimos de “Elmer” (...) quien (...) desprecia a Samuel Fuller por no “pertenecer al Fantástico”. Fuller, sépalo usted —y todos los que protestan por la entrevista con el Maestro y otros apartados de la revista— ES Fantástico. Si consulta el “Diccionario Manual e Ilustrado de la Lengua Española”, (...) verá que Fantástico es “Magnífico, Estupendo, Maravilloso”. Si Fuller no es Magnífico (“Espléndido, suntuoso. Excelente, admirable”), Estupendo (“Dotado de singular excelencia. Liberal, desprendido. Resplandeciente”) y Maravilloso (“Extraordinario. Que no se explica mediante leyes naturales”) díga(n)me quién merece ese adjetivo.»

[Consultorio del Dr. Caligari, Fantastic Magazine, nº 19, 2ª época (ya consumado el giro de la revista hacia el mainstream), octubre de 1993. Último número que compré, por cierto.]
El recurso a las entradas del Diccionario Manual e Ilustrado de la Lengua Española o incluso el de la RAE para definir lo que suelo motejar, cariñosamente, como la cosa nostra, o sea, el género fantástico, es no sólo absurdo (pues ninguna entrada de esos diccionarios recoge su significado) sino a menudo falaz, porque muchas veces se emplea poniendo dolo en ellas (quizá inconscientemente en ocasiones, pero a menudo con cínica consciencia de estar trampeando, como fue el caso arriba citado) para ningunear cierto tipo de ficción, a la que definiremos en principio, por ahora, por oposición al “realismo”.

[Y roguemos por que no salga nadie con otra falacia basada en sinónimos o lagunas lexicográficas, buscando el ridículo de la expresión sincera de unos con el recurso, burdo, de la acepción rebuscada que pueda refutar la idea original.]

Veamos las definiciones de la Real Academia Española de “fantástico” y “fantasía”:

fantástico, ca.

(Del lat. phantasticus, y este del gr. φανταστικóς).

1. adj. Quimérico, fingido, que no tiene realidad y consiste solo en la imaginación.
2. adj. Perteneciente o relativo a la fantasía.
3. adj. Presuntuoso y entonado.
4. adj. coloq. Magnífico, excelente.

fantasía.

(Del lat. phantasia, y este del gr. φαντασíα).

1. f. Facultad que tiene el ánimo de reproducir por medio de imágenes las cosas pasadas o lejanas, de representar las ideales en forma sensible o de idealizar las reales.
2. f. Imagen formada por la fantasía. U. m. en pl.
3. f. fantasmagoría (ilusión de los sentidos).
4. f. Grado superior de la imaginación; la imaginación en cuanto inventa o produce.
5. f. Ficción, cuento, novela o pensamiento elevado e ingenioso. Las fantasías de los poetas, de los músicos y de los pintores.
6. f. coloq. Presunción, arrogancia o gravedad afectada.
7. f. Mús. Composición instrumental de forma libre o formada sobre motivos de una ópera.
8. f. pl. Granos de perlas que están pegados unos con otros con algún género de división por medio.
(Real Academia Española © Todos los derechos reservados)

Como se puede comprobar, nada o casi nada de la cosa nostra en las definiciones oficiales que figuran en el Diccionario de la RAE. Por tanto, es ridículo recurrir a ellas para explicar a los no informados en qué consiste (no digamos ya para refutar el zote ignorante un significado que el diccionario no define).

Veamos si podemos enmendar la plana a la RAE. En realidad, según creo, nuestras palabras “fantasía” y “fantástico” y las que figuran en su diccionario no son exactamente las mismas; en mi opinión, son homógrafas, de origen ligeramente distinto y uso más reciente. Podríamos, si no fuéramos tan rigurosos, incluirlas como acepciones nuevas de las viejas palabras pero consideramos, dados sus orígenes, semejantes pero diferentes, que se merecen sus propias entradas en el diccionario:

fantástico, ca.

(Del fr. fantastique).

1. adj. Perteneciente o relativo a la ficción fantástica. Me gusta el cine fantástico. Cortázar y Borges son los autores más importantes de la literatura fantástica argentina.
2. m. Conjunto de los géneros de ficción fantástica; el género fantástico. El fantástico es fantástico.
3. adj. Dicho de una obra de ficción: Que refiere hechos ajenos a la experiencia humana de lo real, o que trata de ellos. Poe escribió numerosos cuentos fantásticos.

ficción ~

f. Género de ficción cuyas obras se distinguen por narrar historias imaginarias en las que se refieren hechos, cosas o fenómenos irreales o de cuya naturaleza, existencia o realidad no existe certeza científica.


fantasía.

(Del ing. fantasy).

f. Género de ficción fantástica cuyas obras se distinguen por referir hechos o fenómenos contrarios a las leyes naturales, reales o ficticias.

Et voilà!. Un par de definiciones, creo, necesarias. Y con el debido rigor lexicográfico, siempre de agradecer en estos casos. Aunque son mías, no han salido de mi manga ni las he escrito a lo tonto. Son fruto de reflexiones larguísimas y bastante trabajo. Ambas han sufrido un largo proceso de mutación a medida que personas con indudable prestigio en el campo del fantástico, como Cristóbal Pérez-Castejón, o filólogos como José Gabriel Moya Yangüela, contribuían con sus sabias críticas a desbastarlas y pulirlas.

Este trabajo servirá alguna vez, en una segunda fase, para definir “ciencia ficción”, empresa igual de necesaria (la definición del DRAE es bastante chapucera) y más difícil de lo que parece. Ya veremos qué nos sale. :-))

El problema de las definiciones de ciencia ficción que he leído a lo largo de mi vida como entusiasta del fantástico es, generalmente, que carecen de cualquier rigor léxico y se han enunciado un poco al tuntún y a la ligera. Son, además, casi siempre, muy parciales. Toda definición debe ser general, contemplar los aspectos que definen a todas las cosas de un mismo género. Por eso, para mí, las presuntas definiciones de ciencia ficción que hacen referencia al futuro, la ciencia o la tecnología (por poner los tres típicos) como sus principales elementos diferenciadores, no sirven para nada; no son serias ni objetivas; no son científicas. Cualquier lexicógrafo riguroso que conociera bien el género me echaría abajo una definición como la que figura en el diccionario de la RAE:
ciencia ficción.

1. f. Género de obras literarias o cinematográficas, cuyo contenido se basa en hipotéticos logros científicos y técnicos del futuro.
(Real Academia Española © Todos los derechos reservados)

Para empezar, ignora los otros medios de expresión como el comic, la radio, etc. Y es sumamente parcial; se limita a los hipotéticos logros científicos y técnicos del futuro, mandando al limbo a multitud de obras del género en las que esos aspectos tienen poca o ninguna presencia o relevancia. Todavía no me explico esta chapuza.

Estoy convencido, aunque parezca el colmo de la arrogancia, de que puedo hacerlo mejor. Ya decía mi profesor de lengua en el Bachillerato, a mis 15 añitos, que tenía talento para las definiciones. :-)) Y algún día lo intentaré. Ya para la definición de “fantástico” y de “ficción fantástica” puse mucho cuidado (atendiendo a la etimología y a la larga tradición fantástica francesa) de que no fueran incompatibles con la ciencia ficción, para poder incluir a ésta como subgénero del género fantástico. A partir de la definición de este, no creo que me cueste demasiado llegar a una solución satisfactoria.


Nota: Al final se me ocurrió la definición de ciencia ficción, durante una fiesta en Gijón. Enlace: Una definición de ciencia-ficción.

miércoles, 3 de agosto de 2005

Bajo la máscara

Al hilo de lo que comentaba en mi mensaje inaugural sobre el hecho de que Jean Mallart es un personaje de ficción al que a veces me gusta interpretar, me gustaría rescatar unas reflexiones mías sobre eso que los anglosajones llaman impersonation (asumir una personalidad ajena, tema que siempre me ha fascinado) en relación con los superhéroes de los comics.

Me encanta esa palabra, impersonation; es una lástima que no exista en castellano. Me gusta porque recoge perfectamente lo que significa ponerse una máscara; en el fondo, se refiere a eso. En griego, máscara y persona reciben el mismo nombre. Para los antiguos griegos, eran la misma cosa. Máscara y persona se funden y se confunden; así ha sido en diversas épocas, en distintos lugares, en diferentes momentos a lo largo de la historia, y así seguirá siendo.


En el séptimo de sus cincuenta artículos sobre las obras maestras del cómic, escritos para la sección Umbrales de Bibliópolis.org, Rafael Marín comentaba el que sin duda es mi cómic favorito (y el de muchísima gente más): «Watchmen», escrita y “dirigida” por el genial Alan Moore, con un eficaz Dave Gibbons en las labores gráficas.

El comentario terminaba así:
Cada personaje es tan rico en matices y en psicología como, lo repito, cualquier personaje de una buena novela, algo que el comic había eludido casi siempre. Máscaras sobre máscaras, de entre todos ellos es el Comediante, el perro a sueldo del fascismo gubernamental, el primero en horrorizarse y encontrar la muerte al descubrir cuál es el plan de Veidt, y es Rorschach, el enloquecido vigilante lleno de psicopatologías con las que encubre su situación de basura blanca y perfecto don nadie, quien se opondrá hasta el sacrificio, en un arrebato de dignidad envidiable, a la no menos enloquecida estrategia de paz y buenos sentimientos de Ozymandias, quien desde su personal percepción de lo que debe ser la vida no se da cuenta de que la iconografía egipcia en la que basa su personaje (máscara en el sentido griego del término) arranca del culto al oro y a la muerte.
En es.rec.ficcion.misc, el foro de Usenet sobre género fantástico, estábamos hablando precisamente de esta obra maestra del cómic. Les indiqué dónde podían leer el comentario de Rafael Marín y así surgió mi reflexión. Voy a adaptarlo como si fuera una conversación en el ágora:

Osmo Lukult, un joven meteco, inquirió:

—Sólo una pregunta sobre lo leído: ¿cual es la raíz o significado griego de la palabra “máscara”?

—¿Cuál es la raíz griega de la palabra “máscara”? —repitió Jean Mallart—... Ninguna; es de origen árabe —contestó, tan pedante como siempre.

—Cierto —señaló el mago persa diaspar, el más anciano de quienes habitaban la polis—. Comparte raíz con “majara”; ambas vienen del árabe masjara. En latin es larva y en griego... ¡Ni puta idea!

—En griego es prósopon —aclaró el sofista Mallart, disponiéndose por fin a responder la pregunta del joven meteco, por puro afán de quedar mejor que el persa diaspar—, palabra que, además de “máscara”, significa “cara”, “rostro”... y también puede significar “persona”.

»Que los griegos usaran la misma palabra para los tres significados es, valga la redundancia, muy significativo... Aunque hay quien dice que lo de “persona” es un añadido latino, por el modo como resonaba la voz al salir por la boca de la máscara... Es igual; como me conviene, voy a tirar por ahí —el sofista Mallart se sonrió ante su propio cinismo, digno del sinopeo Diógenes, y reanudó su alocución diciendo:

—Los antiguos griegos identificaban el rostro con la persona y la máscara con el personaje. Naturalmente, los rasgos del actor raras veces se corresponden con los del personaje representado; para acercarse a la imagen que se supone debe tener el personaje, se “caracterizan”, lo que no es más que una sofisticación del enmascaramiento griego clásico. Esto que hoy parece una perogrullada era para la mentalidad de aquellos hombres algo fundamental; los rasgos del actor eran del actor, no del personaje; que un actor pretendiera ser Histrión exhibiendo al mismo tiempo sus rasgos personales, los que le definían como individuo fuera de la escena, era totalmente absurdo. Así que tenía que cubrir su rostro con una máscara que reprodujera la verdadera faz del personaje. Ocurría así algo casi mágico: al ponerse la máscara, el actor se convertía literalmente en otra persona: el personaje que representaba.

La cara/máscara de RorschachAquí empezaron a hablar de Rorschach, de cómo hablaba de su cara para referirse a su máscara (recordemos que prósopon significa tanto “máscara” como “cara” o “rostro”), y siguieron con V de Vendetta, obra del mismo autor que Watchmen, y su misterioso protagonista... Durante la conversación, Jean Mallart se atrevió a comentar las atinadas palabras de Rafael Marín con el siguiente discurso:

—Marín escribió: “Ozymandias, (...) desde su personal percepción de lo que debe ser la vida no se da cuenta de que la iconografía egipcia en la que basa su personaje (máscara en el sentido griego del término) arranca del culto al oro y a la muerte.” Máscara en el sentido griego del término —recordó el sofista Mallart.

»El teatro clásico griego se caracterizaba por el empleo de máscaras para ocultar la expresión propia de los actores, sustituyéndola por una mueca genérica que representaba un aspecto universal del alma humana. Cada personaje —casi siempre un estereotipo: el joven, el libertino, la cortesana, la jovencita, el padre, el viejo, el esclavo, etc.— tenía su máscara... O, mejor dicho: cada máscara tenía su papel, un rol determinado dentro de la obra. Los romanos recogieron esa tradición y lo demás es historia; su influencia se ha hecho sentir hasta la actualidad y el teatro no es una excepción. Las máscaras nunca han abandonado del todo las tablas.

»En las tablas de ese mundo de ficción —poblado por héroes y villanos tan estereotipados como los personajes del teatro antiguo— de los cómics americanos de superhéroes, es del todo coherente que los actores lleven máscara. Alan Moore, consciente de la analogía, aprovecha ese elemento al máximo. En Watchmen, máscaras y disfraces tienen un sentido irónico, amargamente irónico, pero también profundo. Volvemos al sentido que tenía el uso de máscaras en el teatro: ocultar los rasgos propios del individuo (y, de paso, lo que no estaba nada mal, la posible expresión de los propios sentimientos).

»Veidt asume un rol, el de Ozymandias, salvador del mundo; la máscara del héroe que oculta su verdadero ser: un endiosado monstruo ávido de poder, que salva el mundo por egoísmo, en un intento —a primera vista exitoso (impresionante el momento en que grita su doble triunfo; sutilísimo el baile de máscaras de la escena)— de dominar su propio destino: Veidt se rebela contra la posibilidad de que las circunstancias le impidan —como impidieron a Alejandro, su ídolo personal— llegar a conquistar el mundo. Hybris..., el mayor pecado contra los dioses. Pero el único dios presente en esta historia es el Dr. Manhattan, y éste hace mucho que ha dejado de preocuparse por esas cosas. Es un dios moderno, práctico y ecuánime. “Los asuntos de los humanos”, dice antes de abandonar esta galaxia, “no me incumben”.

Pasaron unos minutos mientras Osmo Lukult asimilaba lo que acababa de escuchar y el resto de los oyentes buscaba hybris en la Wikipedia. Entonces, Jean Mallart se dirigió a diaspar y terminó su disertación añadiendo:

—Y ya que mencionas el latín larva, la máscara que se pone el bicho para transformarse en ninfa, recomiendo leer un fascinante relato de Julio Cortázar: Axolotl, en la antología Fin del juego.


Bueno, así fue más o menos. Resalté la importancia de la máscara de V y el mundo teatral en V de Vendetta, dejando un comentario detallado para otra ocasión, y mencioné la relación de Máscaras de matar (estimable novela de León Arsenal, que ganó con ella el primer Premio Minotauro) y La Polilla Lunar (magnífico relato de Jack Vance, autor al que debe no poco la obra anterior) con las ideas expuestas. Si no los habéis leído, recomendados quedan.